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miércoles, 16 de mayo de 2012

Circuitos neuronales del miedo en perros y humanos



Hoy en día, gracias a la ciencia, sabemos que los perro y las personas comparten un sistema nervioso muy parecido. Siendo así, ¿como afectan las emociones a los perro? ¿y a los humanos? ¿que produce el miedo en nuestro organismo? ¿ y en el organismo de un perro?

Describiremos como afecta en los humanos así, nos sera mas fácil ponernos en la piel de un perro.


Aunque los neurocientíficos hayan cartografiado detalladamente los circuitos neuronales del miedo, la verdad es que, la investigación al respecto de cualquiera de las emociones está en sus inicios. En cualquier caso, la especial prominencia del miedo –tal vez  la emoción más sobresaliente para  la evolución- lo convierte en un ejemplo idóneo para comprender la dinámica neuronal de la emoción. Obviamente, también es cierto que, en los tiempos modernos, el miedo generalizado se ha convertido en la ruina de la vida cotidiana, arrojándonos al nerviosismo, la angustia y una amplia variedad de preocupaciones o –en los casos patológicos –a los ataques de pánico, las fobias o los comportamientos obsesivo-compulsivos.


Supongamos que una noche está leyendo tranquilamente un libro en su hogar cuando de repente oye un ruido en otra habitación. Lo que ocurre a partir de ese momento en su celebro nos permite vislumbrar los circuitos neuronales del miedo y el papel que desempeñan  las amígdalas como sistema de alarma. El primer circuito cerebral implicado se limita a traducir las ondas físicas de este sonido al lenguaje del cerebro para ponerle en estado de alerta. Este circuito va desde el oído hasta el tallo encefálico y el tálamo. A partir de ahí se ramifica en dos partes: una de ella se dirige a las amígdalas y el cercano hipocampo, y la otra, más larga conduce hasta el córtex auditivo –situado en el lóbulo temporal- donde se clasifican y comprenden los sonidos.




El hipocampo –una región clave para el almacenaje de la memoria- compara rápidamente este ``ruido´´ con otros sonidos similares que usted puede haber escuchado, tratando de descubrir si se trata de un sonido familiar (¿es un ruido reconocible?). Mientras tanto, el córtex auditivo está realizando un análisis más preciso del sonido intentado comprender su origen ¿acaso es el gato?, ¿el perro?, ¿la ventana sacudida por el viento?, ¿un ladrón? Luego, el córtex auditivo propone una hipótesis –tal vez el gato a tirado la lámpara de la mesita, aunque también pudiera tratarse de un ladrón- y envía rápidamente este mensaje a las amígdalas y al hipocampo, quienes rápidamente lo comparan con recuerdos semejantes.
Si la conclusión es tranquilizadora (no es más que el ruido de la ventana movida por el viento), el estado de alerta general se paraliza. Pero si, por el contrario, la conclusión es dudosa, se pone en marcha otro bucle resonante entre las amígdalas, el hipocampo y los lóbulos prefrontales, elevando más la incertidumbre y fijando su atención para tratar de identificar la fuente del ruido. Y, en el caso de que este análisis más preciso tampoco llegue a proporcionarle ninguna respuesta satisfactoria, las amígdalas lanzan una señal de alarma que activa el hipocampo, el tallo cerebral y el sistema nervioso autónomo.


En estos momentos de miedo y ansiedad resulta evidente la extraordinaria arquitectura de las amígdalas como sistema central de alarma. Al igual que ocurre con aquellos sistemas de seguridad que se encargan de avisar a la policía, los bomberos y los vecinos en caso de alarma, los diversos grupos de neuronas que componen las amígdalas están diseñados para liberar determinados neurotransmisores.


Cada una de las distintas partes de la amígdala recibe diferente tipo de información. A su núcleo lateral, por ejemplo, llegan proyecciones procedentes del tálamo y del córtex visual y auditivo. Los olores, por su parte, llegan, después de pasar por el bulbo olfativo, al área corticomedial de la amígdala, mientras que los sabores y mensajes viscerales llegan a su región central. De este modo, la recepción de todo tipo de señales convierte a la amígdala en una centinela que escrudiña continuamente toda experiencia.
Las señales procedentes de la amígdala también se proyectan a diversas partes del cerebro. Por ejemplo, la rama procedente de las áreas centrales y medial se dirige a la región del hipotálamo encargada de segregar una sustancia que activa la respuesta de urgencia corporal –la hormona corticotrópica (HCT)- que, a través de la liberación de hormonas, moviliza la reacción de lucha o huida. Por su parte, el área basal de la amígdala envía ramificaciones al cuerpo estriado, que está relacionado con las regiones cerebrales encargadas del movimiento. Otras ramificaciones neuronales de la amígdala envían señales a través del núcleo central hasta la médula y, desde ella, al sistema nervioso autónomo, activando una amplia variedad de respuestas en el sistema cardiovascular, los músculos y los intestinos.
Otras ramificaciones procedentes del área basolateral de la amígdala, se dirigen al córtex cingulado y a otras fibras que regulan la musculatura esquelética. Son estas células, precisamente, las que hacen gruñir a un perro o arquean el lomo de un gato cuando estos animales se ven amenazados por la presencia de un intruso en su entorno (o simplemente algo que desconocen). En los seres humanos, estos mismos circuitos son los encargados de tensar la musculatura de las cuerdas vocales responsables del tono de voz agudo propio de quien está muerto de miedo.


Hay otro camino que conduce desde la amígdala hasta el locus ceruleus –una estructura ubicada en el tallo encefálico- que, a su vez, produce noradrenalina (también llamada norepinefrina) y la dispersa por todo el cerebro. El efecto neto de la noradrenalina aumenta la reactividad global de las áreas cerebrales que la reciben, sensibilizando los circuitos sensoriales. La noradrenalina baña el córtex, el tallo encefálico y el mismo sistema límbico , poniendo al cerebro en estado de alerta. En tales condiciones, hasta el más común de los ruidos de la casa puede hacerle temblar de miedo. La mayor parte de estos cambios tiene lugar de modo inconsciente, de modo que uno todavía no sabe siquiera que experimenta miedo.
Pero a medida en que usted realmente comienza a sentir miedo, es decir, en la medida que la ansiedad inconsciente penetra en las conciencia, la amígdala dirige una respuesta de alivio espectro. En este sentido, ordena a ciertas células del tallo encefálico que esculpan una expresión de miedo en su rostro –que levante su cejas, por ejemplo-, inmovilizando simultáneamente otros músculos que no tengan que ver con esa emoción, que aumente su ritmo cardíaco y su tensión sanguínea y enlentezca su respiración (lo primero que usted advertirá cuando sienta miedo es que súbitamente retiene la respiración para escuchar  con más claridad aquello que le atemoriza). Ésta es sólo una parte del amplio coordinado conjunto de cambios orquestados por la amígdala y otras áreas ligadas a ella cuando asumen la dirección en casos de crisis.


Mientras tanto, la amígdala –y el hipocampo ligado a ella- ordena a las células que envíen neurotransmisores clave, por ejemplo para liberar dopamina que lleva a concentrar la atención sobre la fuente de su miedo –el sonido extraño- y predispone a los músculos a reaccionar en consecuencia. Al mismo tiempo, la amígdala activa las áreas sensoriales de la visión, asegurándose de que los ojos enfocan lo que es más importante para la urgencia presente. Simultáneamente se reorganiza los sistemas de la memoria cortical para que el conocimiento y los resultadas más relevantes para la urgencia emocional se recuerden más rápidamente y prevalezcan sobre otras vertientes del pensamiento menos relevantes.
Una vez que estas señales han sido envidadas, usted se halla atrapado por el miedo: se torna consciente de la tensión característica de su abdomen, su corazón acelerado, la tensión de los músculos que rodean su cuello y sus hombros o el temblor de sus extremidades, su cuerpo inmóvil, mientras aplica toda su atención a escuchar cualquier sonido nuevo y que su mente se dispara al acecho de posibles peligros y formas de respuesta. Toda esta secuencia –desde la sorpresa a la incertidumbre, la aprensión y el miedo- puede desplegarse a lo largo de un proceso que dura aproximadamente un segundo.


(Para más información a este respecto, véase Jerome Kagan, Galen´s Prophecy. Nueva York: Basic Books,1994. Inteligencia emocional, Daniel Goleman. Y Neuropsicologia canina de James O´Heare.))